Bangkok acoge un museo forense único en su género y en el que se recurre al horror como método científico y educativo pero también social y político.
Las vitrinas albergan fetos deformes, cadáveres de recién nacidos, violadores y criminales, y órganos y miembros destrozados por asesinatos, enfermedades, accidentes y suicidios, que en todos los casos ilustran sobre la fragilidad de la vida.
La intención original fue que sirviera para que completaran su formación los estudiantes de anatomía forense pero el museo ha ganado la suficiente popularidad como para diversificar su audiencia y la aproximación a lo expuesto en las galerías.
Se han registrado testimonios de madres que confiesan que hallan consuelo en la posibilidad de poder ir a visitar de vez en cuando a sus hijos muertos, conservados en formol.
En la base de la urna de cristal que contiene el cuerpo inerte y en suspensión de un niño de dos años figuran juguetes traídos por visitantes conmovidos por la suerte del menor, que murió ahogado.
A alumnos primarios locales que recorren los pasillos en visitas guiadas se suman turistas y curiosos extranjeros atrapados por el poderoso efecto de imán que ejerce el museo y su aquilatado ambiente “gore”.
La forense Somboon Thamtakengkit, consultora de la institución, explicó a Efe que además del académico el objetivo del fundador era “enseñar que la vida es delicada y hay que tratarla con cuidado”.
Ese es el propósito de mostrar pulmones de fumadores renegridos por el humo del tabaco, hígados de bebedores devastados por el consumo de alcohol, y manos, brazos, pies, piernas y cabezas seccionadas en choques de trenes y accidentes de automóvil.
También el cráneo de la víctima de un crimen, agujereado por el disparo de su verdugo, y el estómago de un suicida, abrasado por el ácido con cuya ingestión decidió poner fin a sus días.
El aviso para navegantes tiene distinto calado en el caso de los cuerpos de criminales y violadores, que se exhiben con otra intención.
Somboon anota que “creo que la inclusión de esas personas tuvo el fin de alertar de que quienes se portan mal no van al paraíso y están condenados a permanecer en este mundo”, en alusión a que sus restos no habían sido cremados, como manda el budismo.
El inquilino más famoso del museo
El mejor ejemplo es el cadáver de quien con toda probabilidad se ha convertido en el inquilino más famoso del museo.
Si Quey era un inmigrante chino que en 1958 fue detenido por la Policía a la que, según el relato oficial, confesó que había asesinado a seis niñas y un niño para comerse sus corazones e hígados, con la esperanza de alcanzar la inmortalidad.
El inmigrante chino fue ejecutado al día siguiente de su detención -sin que mediara juicio-, y el profesor Sonkran reclamó su cadáver para hacerle la autopsia y tratar de encontrar alguna anomalía física que explicara su comportamiento asesino.
Somboon dice que el examen anatómico del profesor Sonkran no reveló anormalidad alguna, lo que no impidió que se dispusiera la conservación del cuerpo inyectándole parafina para someterle después a un proceso de secado de miembros, órganos y tejidos.
El resultado se incorporó a la colección, en la que el cadáver de Si Quey aparece desnudo y erguido, vaciados los globos oculares y con la boca abierta, mostrando los colmillos superiores.
Lo irregular del ajusticiamiento del presunto asesino propagó en la comunidad china la versión de que Si Quey no había sido culpable de los crímenes que se le habrían atribuido con la sola intención de desprestigiar a ese segmento de población, influyente e impopular.
Esa versión nunca fue confirmada por fuentes acreditadas; lo seguro es que el inmigrante chino permanece inscrito en la memoria colectiva en el papel de ogro en ese tipo de cuentos infantiles que los adultos improvisan para obligar a obedecer a los niños.
Fuente: EFE/Clarín