En la puerta del Old Bayley’s de la avenida D se había desatado un infierno: los coches patrulla de la policía llegaban uno tras otro, las ambulancias hacían sonar sus sirenas, los agentes acordonaban la zona.
—Caramba, profesor Sisley, llegó antes que yo. ¿Cómo hizo?
¿Quién le avisó? —preguntó el comisario Cross.
—Nadie —respondió el profesor Sisley—. Ya estaba aquí cuando empezó todo.
—Bueno, bueno, parece que esta vez tendré un testigo de lujo. ¿Qué pasó?
—¿Por qué no vamos entrando, Bernard, mientras te cuento?
Mesas volcadas y vidrio por todos lados, más el olor a pólvora y a sangre, delataban la feroz pelea que había tenido lugar; su saldo eran cuatro cadáveres, dos hacia el fondo del local y dos más cerca de la puerta.
El teniente Hiram ya estaba trabajando:
—Viejos pájaros de cuentas —dijo al comisario y el profesor—.
Aquellos dos, al fondo, son «Dedos» Grunwald y Pat Brentley, de la banda local de la avenida D; estos de acá, Emerson y Conan, son «visitantes», de la banda del tuerto O’Leary. Brentley, Grunwald y Emerson han sido muertos con proyectiles calibre 44, a razón de una cada uno; Conan también recibió un balazo mortal de una 44, pero además le han regalado un tiro calibre 38 en una rodilla; tenemos los cinco proyectiles, y los revólveres de estos cuatro señores. ¿Usted piensa, profesor Sisley, que se habían citado aquí para coserse a balazos?
—No —dijo el profesor Sisley—. Por lo que yo llegué a ver no fue algo planificado, sino una bravuconada o una imprudencia, o las dos cosas, porque la gente de O’Leary sabe que no es bienvenida en este barrio. En cualquier caso, todos empezaron a beber, después a hacerse chanzas no muy delicadas, y en un momento alguien apagó unas cuantas luces y en la semipenumbra empezaron a disparar. No pude contar exactamente los disparos, pero me parece que una bala silbó por aquel lado… ¿Me permiten?
Se dirigió hacia una esquina y empezó a mirar hasta encontrar lo que buscaba: otro proyectil, clavada en la pata del piano. El teniente Hiram tenía más para contar:
—Los revólveres de Emerson y Grunwald son calibre 44; los de Conan y Brentley, calibre 38. El de Grunwald tiene dos vainas servidas; los otros tres, una cada una.
—Cinco balas, cuatro muertos —recontó Cross—. Han hecho un uso bastante óptimo de su artillería, ¿no es cierto?
—Demasiado óptimo —contestó el profesor Sisley—. Acá hay seis proyectiles, contando la que está incrustada en la pata del piano, y en los revólveres hay sólo cinco vainas servidas. Alguien más ha disparado. De hecho, tras la carnicería me instalé en la puerta y no dejé salir a nadie, pero en la penumbra y la confusión me pareció que uno llegó a escaparse antes de que yo cancelara la salida. ¡Caramba, «el Invisible» Mulligan! Tiene que haber sido él quien huyó, tras hacer el sexto disparo; estaba en un rincón, bebiendo sin hablar con nadie, y ya no lo veo por aquí. ¿A cuál de las dos bandas pertenece? —preguntó.
—No tengo ni idea —dijo Cross—. Ya sabes que su especialidad es mostrarse poco y escurrirse rápido. Y lamentablemente, tampoco sabemos si ha matado a alguien, o la suya es la bala del piano, o la calibre 38 que hirió a Conan en la rodilla, antes o después de que un balazo proveniente de otro revólver lo matara. Cross y Sisley se dirigieron entonces al teniente Hiram, que había retomado su lugar junto a los sabuesos que revisaban el Old Bayley’s:
—¿De qué calibre es la bala del piano? —preguntó el profesor Sisley.
—38 —replicó el teniente—. Y no hay más balas perdidas en ninguna parte del local, ni nadie más ha sido herido.
—¿Hay algún rastro de sangre saliendo del local hacia la calle?
—No.
—Entonces —aseveró el profesor— nuestros misterios no son tan misteriosos. Estoy en condiciones de decirles si la bala de Mulligan mató a alguien, y de qué bando.
¿Mató Mulligan a alguien? Si sí lo hizo ¿a un hombre de qué bando?